Una aparente calma

Crónica:

Aquella tarde el calor parecía ser más fuerte que de costumbre. En las habitaciones escuchaban los gritos de quienes observaban el ecuavoley en la cancha. En las casas las jóvenes convencían a sus mamás que las dejen ir al baile de un barrio vecino, mientras algunos cuidaban a sus niños a que jueguen con sus mascotas.

El mar estaba en calma, ese sábado 16 de abril era un día normal, pero cuando el reloj marcó las 18:58 quizá el susto fue general en la costa ecuatoriana, un sismo estremeció todo el país, en menos de quince segundos las personas no sabían si correr o quedarse quietas, si gritar o llorar en silencio, inmediatamente después, todo volvió a una aparente calma.

La pregunta era dónde había sido el epicentro; en lugares lejanos a la costa, únicamente se había sentido un fuerte temblor. Paulatinamente los medios de comunicación informaban sobre los hechos que de a poco iban conmocionando al país al descubrirse la magnitud de la catástrofe.

A los quince minutos toda la nación estaba al tanto de la tragedia, Pedernales había vivido un terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter. Los medios de comunicación jugaron un papel importantísimo al no permitir que el país entero colapse de pánico. Se informó sistemáticamente de los acontecimientos mientras se iban tomando medidas por un lado y se informaba a amigos y familiares de las pérdidas tanto humanas como materiales.

Los ecuatorianos inmediatamente despertaron su instinto solidario y rápidamente sumaron su aporte en beneficio de los damnificados, aunque es un factor importante que se debe agradecer a la agitación mediática. A parte del sentimiento de patriotismo y desde luego del sentimiento de unidad latinoamericana, los medios multiplicaron ese sentimiento induciendo y despertando el sentido de colaboración, hermandad y apoyo en todo sentido y desde todos los rincones del país y del continente, e incluso del planeta.

Si revisamos un poco la historia, nos daremos cuenta de que entre el gran terremoto de 1987 que asoló al país entero,  y el actual ha habido similitudes y diferencias. Similitudes en el sentido de que los afectados más distantes por ejemplo, siempre llevan la peor parte, o que la gente de menos recursos es la que generalmente sufre más, o que los gobiernos de turno tratan de sacar tajada electoral incluso de las desgracias de sus conciudadanos. Similitudes en el sentido de que muchos de nuestros conciudadanos siguen atribuyendo estos desastres a la voluntad de Dios para castigar al ser humano y en definitiva similitudes al reaccionar de la misma manera en una forma casi torpe, al no estar preparados para este tipo de eventos naturales.

Entre las diferencias podemos destacar algunas. Por ejemplo el incentivo y el rol preponderante que juegan los medios de comunicación al narrar cada uno de los hechos desde el lugar mismo de los hechos, al utilizar las redes sociales para que la gente sepa por qué medios canalizar la ayuda necesaria para los damnificados.

Probablemente una de las diferencias más marcadas es que la corrupción en la actualidad no puede hacer de las suyas como en el terremoto de 1987. En los meses que sucedieron a este, a lo largo de toda la frontera se vendían en las tiendas las ayudas que países hermanos habían donado para las víctimas del terremoto. Probablemente a muchos les sobrará ganas de hacer lo mismo en el actual pero aquí el papel de los medios ha sido decisivo, ya que al instante estarían denunciando este tipo de abusos.

Uno de los temas más neurálgicos que debemos abordar en estos casos es la falta de prevención. Nuestro país y nuestra sociedad por desgracia no tiene la cultura de la prevención. No nos educamos para afrontar las catástrofes en ningún sentido. No estamos preparados para ello. Intrínsecamente cuando nos referimos a los terremotos jamás el Estado se ha preocupado de brindar o capacitar a los ciudadanos para un evento de esta naturaleza. En otros países del continente y del planeta, vemos que desde los primeros años de jardín se les educa a los niños para enfrentar los terremotos, incluso psicológicamente los ciudadanos de esos países saben qué hacer en estos casos. Saben cómo cubrirse, saben cómo salir a la calles y dirigirse a un refugio seguro ya marcado durante los múltiples simulacros que realizan a lo largo de su vida. Saben que no es bueno entrar en pánico porque el miedo también mata al no tomar las medidas y las directrices adecuadas en estos casos.

En nuestro caso recién reaccionamos después de ocurrida la tragedia, recién tomamos las medidas necesarias cuando generalmente ya es tarde. Recién hacemos cumplir las normas de construcción cuando todas las edificaciones se han venido abajo por los efectos del movimiento telúrico. Recién queremos poner a funcionar las alertas cuando la tragedia no tiene marcha atrás. Queremos educar a nuestros niños cuando ya se han quedado huérfanos por no haber educado a tiempo a sus padres. En ese momento de la tragedia salimos al exterior en busca de dinero porque hubo cero planificación para crear un fondo para estos percances.

Lo más terrible de todo esto es que fuimos, somos y seremos noveleros. Los primeros meses de la tragedia, impulsados por los medios de comunicación empezamos a planificar, a tomar cartas en el asunto, somos solidarios pero después de ese tiempo nos olvidamos por completo del tema hasta que se haga presente una nueva tragedia, hasta que se hagan presentes más muertos que enterrar y más motivos para llorar.

 

 

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